[Nota previa: el documento presenta notorio deterioro a causa de la intervención de diferentes agentes físico-químicos, que han originad envejecimiento del papel (cambio de color y fragilidad), manchas de hongos, degradación de la tinta (decoloración y casi apagado); de ahí, las interrupciones en la transcripción, que no afectan a lo fundamental].

  En el lugar del Realejo de Avajo, isla [de Tenerife], en nuebe días del mes de julio de mil seissientos sesenta y dos años, su mersed el cappitán don Fernando Pardo, jurado perpetuo de esta isla y al [calde] de dicho lugar, dijo que por quanto Carlos de los Santos, maestro de escuela que enseña a los hijos de los besinos del y no se halla casa [en] que biba, y es bien asista a obra de [tanta impor] tansia a la rrepública, y en este lugar [hay] un pedaso de tierra calma […] Carlos de los Santos […] que haga casa en que biba […] lo sobredicho en enseñar los hijos de vezinos como se […] a leer y escribir e dotrina cristiana, y que desde luego comiense a haserla. Y porque lo sobredicho es útil a dicho lugar, es bien se le señale luego por tanto […] que Juan Rodrigues Samora, alcalde del ofisio de albañi lo mida y señale por presensia de su mersed y el presente escrivano y vezinos. Y estando en el canto de avajo deste lugar donde llaman Los Moriscos, el dicho Juan Rodrigues Samora comensó a medir dicho sitio con bara de medir paño desde la esquina de la casa de Lucas Gonsales, herreño, para abajo, y hiso la medida ygual y competente a lo que rrequiere el sitio de sinquenta y sinco pies de calle, y por aquel derecho avajo derecho al barranquillo se pusieron linderos y mojones, con que quedó dividido, el qual se le dio con cargo y condisión que a de comensar la fábrica con la brevedad posible para que baia continuando la buena obra que se a dicho, y que a de dejar pasar el agua de los Prínsipes y de lluvias por las asequias que dentro del dicho sitio están y pasan, sin que lo pueda impedir ni sus erederos […]…. Para que se les diga misa resada y gosen deste bien y sufrajio […] su maiordomo en contado [y] la primera paga que tenga […] dicha casa que se pueda bivir en ella, y las demás pagas que a de continuar an de ser por […] de los finados que se selebra en la dicha […], y desta suerte perpetuamente para siempre jamás y libre de otro cargo […]. Y se adbierte que a de […] calle, guardando la forma del alarifamiento que se a fecho para servisio largo quanto convenga por […]saje continuo que tiene el sercado […] del cappitán Juan Días Oramas, familiar del Santo Ofisio, y otros consortes […]. Y estando presente el dicho Carlos de los Santos dijo que asepta esta y rresibe el dicho sitio que por esta se le hase grasia por su mersed y vezinos […], y se obligó a continuar lo que en esta se hase rrelasión y guardará las condisiones aquí contenidas y pagará dichos dos reales de limosna a la dicha cofradía […] que en esta se rrefiere […].

AHPSCT, Prot. Not., leg. 3.608, foliación ilegible.

   La enseñanza en los siglos XVI y XVII solo alcanzó a una minoría de la población, incluso en el escalón más bajo, lo que podríamos llamar hoy enseñanza primaria, que incluiría el conocimiento elemental de la lectura y escritura, así como de los rudimentos de cálculo, acompañados del adoctrinamiento cristiano. Eran escasos los maestros de escuela o de «enseñar moços», que solo podían sostenerse en núcleos de las ciudades o de ciertos lugares con un número suficiente de vecinos con determinado nivel de ingresos, ya que se precisaba una ayuda mínima, un apoyo municipal (recordemos que solo existía un Ayuntamiednto o Cabildo por isla, y que este, en el mejor de los casos, solo subvencionaba el local o con un modesto salario a un maestro en la capital, pero no en los «lugares», que más o menos corresponderían con los actuales municipios). Pensemos que la existencia de un maestro en un lugar ajeno a la ciudad (la capital) exigía una vivienda para alojarlo y recibir a su clientela, pues de otro modo resutaba casi impensable su residencia y continuidad, y una cantidad de vecinos con interés de ofrecer educacón a parte de su prole y con ingresos para convenir la paga de la enseñanza, muchas veces concertada mediante escritura ante notario.

   El ejemplo de este texto de 1662 demuestra la situación descrita en un lugar de cierta relevancia, el Realejo de Abajo, mero reflejo de la realidad general. Los datos del contexto son claros: una localidad situada en el rico valle de La Orotava, en la época dorada del cultivo y exportación del malvasía (era la zona principal de los famosos y cotizados caldos enviados, sobre todo, al mercado británico), lejos ya de los inicios difíciles de la colonización y antes justo del motín de 1666, de los primeros síntomas de la crisis que se avecinaba sobre el ramo principal del comercio isleño. La población debía contar con unas 1.900 personas, pues en el padrón del obispo García Ximénez, de una década más tarde, se mencionan unas 2.000, y su alcalde, protagonista en el documento, D. Fernando Pardo, era un personaje importante, que había adquirido la juradería perpetua de la isla (un oficio, supuestamentem de representación vecinal ante el Concejo, que sin duda le concedía relevancia social y política) de doña Ana de Mesa y Azoca, viuda de D. Vicente Castillo, y del hijo de esté, D. Juan Castillo Mesa, en 1658 (a su vez, Pardo la vendería poco después, en 1664, por 5.500 rs., al licdo. D. Cristóbal de Landin Machado).

   ¿Qué se nos relata en el documento? Es simplemente la donación, aceptada por su beneficiario, el maestro de escuela Carlos de los Santos, uno de tantos profesores «anónimos», de esos que rara vez salen en los libros de historia, de un terreno calmo en el lugar, acompañado el alcalde de nueve vecinos (entre ellos, el alguacil y un zapatero), en la zona de Los Moriscos, para delimitar y amojonar con asistencia de un albañil, el espacio de la futura vivienda, de manera que estuviera incluida en la estructura urbana de la localidad con respeto, además, a la servidumbre de paso de aguas (por ejemplo de la hacienda de los Príncipes, es decir, del Adelantamiento de la familia del conquistador Lugo). La donación perseguía un objetivo: garantizar la continuidad, como única forma de convencer al docente, de Santos, pues de otro modo no podía seguir en su obra, calificada de importancia para la república, de fijar su morada en el Realejo de Abajo para enseñar a leer, escribir y la doctrina cristiana a los hijos de los vezinos, que lógicamente debían sustentarlo satisfaciendo su modesto estipendio, que aquí no se menciona. Es lógico suponer que el maestro debía complementar su manutención con alguna otra actividad, si bien la edificación de la casa, que debía empezar de inmediato, era un estímulo, que solo le suponía una pequeña carga de dos reales anuales a una cofradía. Acuerdos similares debió haber en otros lugares, que se veían precisados a conseguir una casa que servía de improvisada escuela y vivienda al maestro, quien difícilmente, salvo en núcleos en los que hubiese burgueses o nobles que lo contratasen para impartir la enseñanza a domicilio con cierta holgura, podía afrontar un alquiler. Pero… como sabemos por los conciertos notariales, el maestro debía devolver el dinero si el alumno no lograba conseguir las destrezas y conocimientos convenidos en el tiempo estipulado.