Sepan quantos esta carta vieren cómo yo, Gaspar Días, calderero, v.º de la ysla de La Palma, rresidente en este lugar de Garachico, donde tengo tienda del dho. mi ofisio, otorgo y conosco por esta presente carta y digo que por mandado del muy ylustre señor don Luis de la Cueba y de Benabides, señor de la villa de Belbar y jentilonbre de la boca del rrey nuestro señor, su governador y capitán jeneral destas yslas de Canaria y presidente de la Rreal Audençia de Canaria dellas, estoy consertado de hazer siertas piessas de cobre para hazer y fabricar pólbora para el serbisio de Su Magestad. Por tanto, por esta prezente carta, en la vía que mejor puedo y devo me obligo a hazer la obra siguiente:

   Primeramente, una caldera grande de cobre que peze tres quintales, antes más que menos, y de suerte que quepa en ella dis y ocho barriles de agua, y a de ser rreforsada y de buen cobre y byen claveada y estanca y guarnesida con sus arcos de cobre y tal qual conbiene para lo que a de serbir, que es para jazer pólbora.

   Yten más, un perol que quepa nueve barriles de agua, en cobre, guarnesida como la caldera de suso rreferida, y an de tener sus asas y sercos de cobre bien jechas y acabadas.

   Yten, una tacha grande que tenga medio quintal, y antes más que menos, en que quepa dos barriles de agua con sus dos asas y sus sercos, de buen cobre, bien jecha y acabadas.

   Yten, dos ponbas que quepan media botija de agua perulera para basiar las calderas, todo de cobre y con sus sercos y sus albados.

   Yten, dos escumaderas con sus sercos y albados y como se rrequieren para el servisio de las dhas. calderas.

   Yen, dos balansas para un pezo de dos tersias, de cobre.

   Y toda la dha. obra me obligo de la hazer buena y a contento de su señoría, por rrasón de lo qual me an de dar y pagar a tres rs. y tres quartos por cada libra de lo que pezare toda la dha. obra. Y para en quenta del balor della confieso aver rresebido de su señoría mil y quinientos rs., los quales e rresebido en esta manera: los mil y duzientos rs. en una libransa que me a dado sobre Franco de Cabrejas, v.º desta ysla; y tresientos rs. en otra sédula para La Palma a pagar a Alonso Rromano, surjano, […] para que me lo enbíe en cobre. Y sobre el entrego de las dhas. sédulas rrenunçio las leyes del entrego como en ella se contiene, y la dha. obra de suso rreferida echa y acabada me obligo de entregar a su señoría o a quien mandare buena y a su contento por todo el mes de mayo primero benidero de la fecha desta escritura. Y al tiempo del entrego me an de dar y pagar lo que más montare la dha. obra, descontando los dhos. mil y quinientos rs., y me obligo de no alsar mano de la dha. obra asta abella acabado ni entremeter otra obra alguna, so pena de pagar el daño. Y para exeón dello doy poder a las justisias desta ysla […].Fecha la carta en el lugar de Garachico, desta ysla de Tenerife, en nuebe días del mes de abril de mil y quinientos y noventa años. Y porque el otorgante, a quien yo, el escrivano yuzoescrito, doy fe que conosco, dijo que no savía escrevir, a su rruego lo firmó un testigo en el rregistro desta carta. Testigos que fueron presentes a lo que dho. es: Gregorio Días, carpintero de rribera, y Marcos Días, de Ycode, y P.º López, yjo de Juan López, mercader, difunto, vos destas partes de San P.º de Daute. 

    AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.074, f.º 359.

   A partir de los ataques de piratas y corsarios franceses (segunda década del s. XVI) es perceptible una mayor preocupación defensiva en las zonas portuarias capitalinas de Canarias, pero fue mayor desde mediados de la centuria, en especial tras el ataque de Pie de Palo a La Palma en 1553. En la táctica defensiva pronto se llegó a la conclusión de la necesidad de repeler al enemigo antes de que tuviese la oportunidad de tocar tierra, pues existía una desconfianza generalizada respecto a las posibilidades de victoria de las milicias isleñas. Resultaba esencial en ese planteamiento la disposición de una poderosa artillería y de armas de fuego con cierto alcance y capacidad de impacto. Naturalmente, las balas y proyectiles necesitaban un detonante, la pólvora, que siempre resultó escaso. En las islas se fabricó a veces, pero no abundaban los ingredientes precisos ni los especialistas para su fabricación, de modo que la fórmula habitual consistió en la importación. Esto no quiere decir que no se fabricase, al menos en las islas realengas, que contaban en ocasiones con un polvorista pagado por el Concejo. Este material presentaba otro problema: su conservación en un depósito seguro, relativamente aislado  ̶ o eso se suponía ̶  de la población y con cierta garantía de preservación de la humedad, para lo que las autoridades debían proceder a su revisión y refinado. En Tenerife, por ejemplo, se recurrió a distintas alternativas y ubicaciones. A mediados del s. XVI se guardó en las casas de Ayuntamiento y en el torreón o castillo de la marina. En 1573 se adquirió una casa en Santa Cruz junto a la ermita para convertirla en polvorín, pero la vivienda se demolió con motivo de la edificación del castillo. El gobernador Núñez de la Fuente incluso formuló una propuesta al Cabildo tinerfeño en 1587: la construcción de una bóveda de cantería en un sitio junto a las casas consistoriales, pues en la capital se estaba utilizando con esa finalidad un alojamiento subterráneo del convento agustino. Entonces se acudió de modo provisional a pasarlo a la parte alta de otro convento, el franciscano. En La Palma, el polvorín era la fortaleza de Santa Catalina, en la que se ejecutaron obras para mejorar el espacio, mientras en Gran Canaria se utilizó para ese menester el torreón de Santa Ana, en el extremo costero de la muralla norte.

   El documento transcrito describe la obligación de un calderero, Gaspar Díaz, con tienda de su oficio en Garachico, de fabricar determinados utensilios necesarios para fabricar pólvora, a instancias del primer capitán general de Canarias, D. Luis de la Cueva y Benavides, señor de Bedmar, casi recién llegado (permaneció en las islas entre julio de 1589 y noviembre de 1594). El general se hallaba entonces en Tenerife (abril de 1590), pues firmó otros documentos en esos primeros días de abril en la escribanía garachiquense de Álvaro de Quiñones. El motivo aparece entre los testigos de esta escritura, entre los que figura un carpintero de ribera: la construcción en la caleta de Icod de las famosas fragatas, uno de sus proyectos emblemáticos que terminó en el fracaso. Desde hacía unos dos meses se había iniciado esa actividad en la vecina localidad, y D. Luis aprovechó para fomentar varias iniciativas. En lo relativo a la pólvora, antes de embarcar a Canarias era consciente de la deficiencia del explosivo, e incluso desde el puerto de Santa María había avisado a la Corte de la carencia de cuerda y cáñamo en las islas. En sus pesquisas por descubrir materia prima para fabricar pólvora encargó al famoso ingeniero Turriano la inspección del azufre del Pico de Teide, entonces propiedad de Baltasar de Funes. El cremonés juzgó que el incorrecto procedimiento de extracción del material por Funes había perjudicado a la mina, pero con la oportuna corrección y tras la compra al propietario podía convertirse en pública e impedir la exportación. En ese año 1590 se obtuvieron 28 arrobas de piedra azufre del Teide, actuando como intermediario el Cabildo tinerfeño, debiendo distribuirse entre Tenerife y Gran Canaria. Pero… la factura de pólvora exigía tres materiales: el citado azufre  ̶ que tampoco lo ofrecía la naturaleza isleña en la cantidad deseable, y desde luego en las cumbres tinerfeñas solo era practicable la extracción en julio y agosto debido a las condiciones climáticas ̶ , carbón (podía utilizarse carbón vegetal) y salitre (nitrato potásico), en una combinación aproximada de nueva partes de este último, media parte de azufre y otra media de carbón. Desde décadas atrás (cuando el polvorista Díaz, en los años cincuenta, la proveía en la costa de Santa Cruz) se sabía que era muy insuficiente la de la isla, y no es que sobrara en las otras. Al mes siguiente de la escritura con el calderero, en mayo, acompañado por Turriano D. Luis de la Cueva recorrió La Palma, donde estuvo de visita, y tras 64 días no halló fuente provisora de ese ingrediente; al menos, que fuese rentable su explotación, y solo en Gran Canaria de modo parcial se pudo contar con una porción razonable de salitre. Pero al final se rindió a la evidencia de que, apaños aparte para solventar carencias básicas, lo más práctico e idóneo era adquirir la pólvora en Andalucía (incluso en España el salitre se importó muchas veces de Flandes y otros países). Otro problema al que se enfrentó el general, ya aludido antes, fue la falta de un polvorín que mereciese ese nombre. Desde luego, no era el más conveniente en Tenerife la bóveda de la capilla del capitán Valcárcel situada en el convento franciscano, como lo evidenció una fuerte tormenta que descargó abundante precipitación, cuyas graves inundaciones afectaron al convento hasta el punto de que muchos barriles de pólvora se mojaron hacia finales de noviembre de 1590. La solución pensada como transitoria, con la finalidad de reparar el material, fue el traslado de la pólvora a un lugar más seguro. En principio se decidió la inspección en la propia sala capitular para verificar el estado de la pólvora hasta decidir otro destino. Tras sacar del monasterio 27 barriles grandes y 3 pequeños, y después de asolearla y refinarla quedaron 25 barriles grandes y uno pequeño. Como eran muchos para dejarlos en el Ayuntamiento, 6 quedaron en el arca de la sala concejil junto a uno abierto y el resto se repartió entre los regidores, que debían entregarlo cuando el Ayuntamiento lo requiriese.  

   Centrándonos en el contrato con Gaspar Díaz, el material que debía entregar este oficial era el siguiente: una caldera grande de 3 qq, con capacidad para 18 barriles de agua; un perol para 9 barriles de agua (el perol era descrito por el Diccionario de Autoridades como vaso de metal mui abierto de boca, y en figura de una media esphera, que sirve para cocer diferentes cosas); una tacha grande de medio quintal con cabida para dos barriles de agua. Aparte de estos tres recipientes, haría dos bombas como para media botija perulera de agua con la función de vaciar las calderas. Como instrumentos auxiliares se citan dos espumaderas (para separar el material en el interior de los recipientes) y dos balanzas. El metal más adecuado para la composición de las calderas era el plomo, y no de ser este, el cobre, como en este caso; de ahí la referencia constante y expresa al cobre, pues de esta manera se aseguraba la mejor evaporación y precipitación del agua, impermeabilizando bien las paredes de los depósitos y mejorando la conducción del calor. Tras la obtención del primer salitre (o salitre sencillo), se segregaba y se vertía en el otro recipiente para su depuración. El oficial no precisa el peso total de su obra, que resultaba determinante para el ajuste del precio, pero teniendo en cuenta la valoración de la libra a 31/2 rs. y un cuarto, así como el peso de algunos recipientes, es seguro que sobrepasaría los 1.800 rs. De hecho, se le anticiparon 1.500 rs., pagados en dos cédulas: una de 1.200 rs. librada sobre Francisco de Cabrejas y otra de 300 rs., que debía percibir en La Palma, de donde era vecino el calderero, Alonso Romano para que se le enviase cobre. Al finalizar su trabajo, al mes siguiente, se efectuaría el ajuste definitivo, pagándosele la diferencia resultante de descontarv los 1.500 rs. ya percibidos del importe calculado tras conocer la suma total de la tara.