Beatriz Jidalga Álvares de Sigura, viuda de Juan Manuel Suares, vesina de esta çiudad, paresco ante Vmd. y digo que me conviene probar y aberiguar ad perpetuam rei memoriam los particulares siguientes:

  Lo primero, de que como yo soy hija del chantre D. Gerónimo Álvarez de Sigura, y como a tal me crio y alimentó, como constará de informasión que tengo dada con mucho número de testigos, y como a tal su hija estoi amparada en el patronasgo de la capilla de Sr. S. Gerónimo, sita en la yglesia cathedral de Sra. Santa Ana, y se remitan los testigos a la informasión y autos que sobre esto ay.

   Lo segundo, de cómo el dicho chantre don Gerónimo Álvarez de Sigura me hubo con una mosa donzella honesta y recogida que vivía en compañía de sus padres, la qual era y sus ascendientes christianos biejos, limpios de toda mala rasa de moros, judíos, ni de los nuebamente convertidos a nuestra santa fee cathólica, ni penitensiados por el Sancto Offiçio de la Inquisisión, y de la gente honrrada y de calidad de esta ysla, cuio nombre de la dicha mi madre no declaro por tener parientes honrados en esta ysla y aver el dicho chantre mi padre,  después que me hubo, casádola y dádola el dote por vía de limosna, digan.

   Lo tersero, de cómo me dio a criar el dicho mi padre a Cathalina de Velásquez por no poder criarme la dicha mi madre, y que la dicha Cathalina Velásquez no me parió ni fue mi madre, ni tube con ella parentesco alguno más de averme criado, como llebo dicho, cosa de año y medio, y en este intermedio de tiempo murió el dicho mi padre y me llebaron a la villa de Guía con unas parientas suias, donde me acabaron de criar, digan […].

   [Canaria, a 24 de septiembre de 1674]

AHPLP, Prot. Not., leg. 1.250, f.º 133.

  Las relaciones sexuales de la clerecía con mujeres (solteras, casadas o viudas) constituyeron una realidad habitual en los primeros siglos del cristianismo, manteniendo barraganas o concubinas de manera pública y con cierta o bastante permisividad de la autoridad eclesiástica. Desde el s. XII, sin embargo, la Iglesia católica persiguió el concubinato y la incontinencia sexual de los clérigos con penas severas, pero las relaciones ilícitas y el concubinato continuaron siendo algo generalizado o usual, en buena medida porque los fueros locales admitían esta práctica y gozaba de aceptación social. El Concilio de Trento (1545-1563) intentó frenar y erradicar esas conductas, pero con poco éxito, pues se tratase del bajo o alto clero persistió esa situación.

   El documento, de 1674, es un ejemplo de lo expuesto. Una viuda vecina de Las Palmas de Gran Canaria solicitaba información testifical ante el corregidor para demostrar su filiación como hija del prebendado D. Jerónimo Álvarez de Segura, quien fue recibido como tal en el Cabildo catedral en 1592. Fue racionero, chantre y arcediano de Tenerife, y murió en 1613. Este Cabildo le concedió la capilla de San Jerónimo de la catedral para su dotación y cuidados, cometido al que coadyuvaron sus hermanos. Por lo que se desprende del texto, no hubo una relación de amancebamiento entre el chantre y la doncella (se subraya que vivía con sus padres y gozaba de la limpieza de sangre tan cotizada entonces, e incluso pertenecía a un sector social de gente honrrada y de calidad), si bien es difícil asegurarlo, pues las testificaciones de parte  ­̶ como es sabido ̶  presentan un margen incierto de credibilidad. Debió ser, entendemos, algo notorio y fruto de una relación continuada en una fase tardía de la vida del clérigo, hacia 1611, por lo que se deduce del documento. El chantre, dada la evidencia, asumió la paternidad como algo verídico, reconoció a su hija como a tal (le dio sus apellidos) y trató de «salvar» la situación social de su amante (llamémosla así) mediante un matrimonio de conveniencia en el que ofreció dote, además de borrar en lo posible la mancha social apartando a Beatriz de la tutela de su madre para confiársela a una mujer particular sin relación de parentesco con aquella, proporcionando el dinero necesario para su manutención; pero esa situación cambió en año y medio al morir el chantre, de modo que la niña fue llevada lejos de la capital con una parientas de este, lo que corrobora más la vinculación con D. Jerónimo.

   Es significativo que, transcurridos más de sesenta años de aquel hecho, y por tanto fallecida ya su madre, Beatriz oculte el nombre de su progenitora por tener parientes honrados en esta ysla, lo que significa que la operación de maquillaje social había tenido cierto éxito, pero también denota la relevancia de la legitimidad y de la honestidad más plena como valor social en capas medias (ni solo altas) de la sociedad de entonces, de manera que resultaba muy conveniente esconder todo atisbo de mácula. Beatriz quiso conjugar el valimiento de sus derechos y el estatus que, a fin de cuentas, le otorgaba ser hija de un miembro del Cabildo catedral, con el pacto de silencio habido con la familia de su madre. La capilla a la que hace referencia el texto desapareció hace algo más de cincuenta años.